Crónicas malditas.
Regresaba a casa, el reloj marcaba aproximadamente las 11:30 p.m, la llovizna tenue parecía anunciar torrenciales caídas de agua; era viernes, día en que normalmente aprovecho retornar a casa, al terruño que me vio nacer; de hecho ese era el plan, pero este parecía haberse tirado a la basura por cuestiones escolares.
Tomo el teléfono, marco a un muy buen amigo que había prometido esperarme a la hora que sea para irnos. Aún con esa promesa, pensaba en decirle que nos esperáramos al día siguiente temprano para cumplir nuestro objetivo.
Mi cuerpo esta completo y disponible para manejar ahorita.
A p’s a la chingada, mejor, vamonos. Prefiero despertar en mi casa y aprovechar el día. Fue mi respuesta.
En 20 minutos preparé mi mugrienta ropa, mandé unos mensajes avisándole a otros cuates por si querían adelantar su viaje, de los cuales solo uno, por cierto primo mío, se decidió por el sí.
Estaba convencido de que era lo mejor, no tenia miedo. Acomodé mis maletas (Si se le puede llamar así a una mochila deportiva y a múltiples bolsas de plástico) y junto a Felipín me dirigía a recoger al primer pasajero. Haciendo alarde de mi habilidad al volante y de orientación, me perdí. Veía a la chingada Campanita del parque, la conocía bien, la calle me la sabia...Pero me seguí de largo, me introduje en un callejón baldío. Así ronde el sitio 3 o 4 veces, hasta que escuche un grito que me llamaba. Ya orientado, entendí que solamente estaba perdido por una calle (que inteligente no??) Valiéndome un kilo de composta, me metí en contra del transito establecido. Dos autos me pitaron y seguramente me mentaron la madre bien sabroso, pero eso era lo que menos importaba. La vecina esperaba junto a mi amigo mi gloriosa aparición y muerta de risa le dijo: Creo que es ese al que buscas. Sí mira, viene en contra transito. Ahora nos disponíamos a recoger al ultimo pasajero. Ahí, ya por sus rumbos, la policía casi nos choca, y con gran valentía nos insultó; estos acababan de recoger a un vecino de la cuadra ebrio que se durmió en el auto con las portezuelas abiertas. Sin mas aventuras, ya con los tres a bordo, cargamos gasolina, cultivamos al gasolinero un rato y compramos cargamentos de refrescos y botanas (pan de muerto para colmo, digo, por aquello de las fechas) . Emprendimos la aventura faltando 15 minutos para la una de la mañana.
Primera parada, una ciudad cercana con tienda 24 horas. Compramos el café mas caliente que he sentido en toda mi pinche vida, y lo digo, porque me quemé los genitales y la mano al bañarme con el. Les digo, yo soy nada torpe.
Todo parecía normal, las risas, el desmadre y las anécdotas. Justamente el piloto empieza a bostezar. El cambio se nota. Tenia los testículos en la garganta y sentía que el corazón iba a dejar de latir con cada curva y en esos intentos de salirnos del pavimento.
Segunda parada. Aquel que había dicho que tenia el cuerpo dispuesto y completo para manejar, se daba por vencido. Me suplica que yo maneje. Sin quedar otra opción digo que sí, aun siendo de noche, estando medio ciego y sin haber conducido nunca en esas circunstancias. Solo 10 minutitos por favor y te prometo que sigo, me dijo. Sabia de antemano que eso jamás sucedería, que el resto del trayecto ahora estaría a mi cargo.
La carretera oscura y mojada por la lluvia, sin ninguna luz. Duendes, espíritus, mounstros y hasta el diablo desfilaron en mi imaginación; la solución: jamás viraría a ver a los costados, prefería mantenerme con la vista al frente. La charla se empezaba a agotar...
Los truenos salieron a escena, la llovizna ya era un torrencial aguacero. Los derrapes de llanta, los árboles que parecían saludar y los ronquidos de mi copiloto no ayudaron mucho a controlar mi nerviosismo. Me decía a mi mismo:
Me lleva la puta madre, no aprendo. La ultima vez llore como nena y tardé casi cuatro horas de viaje. Y lo vuelvo a hacer, coño...No aprendo.
Pero ya estaba montado en el chivo. Así entre pánico y recordando las palabras de mi prima antes de salir, quien me recomendó no hacerlo esa noche divisé la primera señal que indicaba que pronto estaría en casa: un poblado a 20 minutos de mi hogar. Respiré profundo y tomé el ultimo tramo; la lluvia había arreciado impresionantemente. Gastaba ya el ultimo cigarro de la cajetilla, cuando pude dar gracias por haber llegado al parecer sano y salvo.
Ma’aa cuate, eres un chingón manejando. Eres mi ídolo... me dijo aquel que despertaba y que insisto tenia el cuerpo completo y dispuesto para manejar.
Una sonrisa sarcástica se dibujó en el rostro, le di una agradable mentada de madre, miré a ver para atrás. El primo ya tenia color y sonreía. Yo me persigné y me dije alucinado: Eres una un chingón al volante cabrón!.